La guerra no tiene rostro de mujer - Svetlana Aleksiévich

 Mi padre... Mi querido padre era comunista, un santo. En mi vida jamás me he encontrado con una persona mejor. Él me educaba: "A saber qué habría sido de mí si no fuera por el poder soviético. Habría sido un don nadie. Habría trabajado toda mi vida para algún ricachón. El poder soviético me dio la vida, pude estudiar una carrera. Me hice ingeniero, ahora construyo puentes. Todo se lo debo a nuestro país."

Yo amaba el poder soviético. Quería a Stalin. Y a Voroshílov. Quería a todos nuestros jefes de Estado. Así me lo enseñó mi padre.

La guerra también transcurría, yo crecía. Por las noches mi padre y yo cantábamos La Internacional y La Guerra Santa. Papá tocaba el acordeón. Cuando cumplí los dieciocho, me acompañó a la oficina de reclutamiento...

Desde el ejército escribí a casa explicando que construía y custodiaba los puentes. ¡Qué alegría fue para mi familia escucharlo! Mi padre nos hizo enamorarnos de los puentes, los amábamos desde que éramos pequeñitos.  Cada vez que veía un puente destruído, por un bombardeo o por una explosión, sentía como si fuera un ser vivo, no un objeto estratégico. Lloraba... Por el camino me encontraba con centenares de puentes de derrumbados, grandes y pequeños, durante la guerra fue lo primero que destruían. Eran el blanco número 1. Cuando pasábamos delante de los puentes convertidos en ruinas, siempre pensaba: "¿CUántos años necesitaremos para volver a construir todo esto?". La guerra mata el tiempo, el valioso tiempo de los seres humanos. Yo sabía por experiencia que mi padre invertía varios años en construir cada puente. Se pasaba las noches con los planos, incluso en sus días de descanso. Lo que más pena me daba en la guerra era el tiempo. El tiempo de papá...

Hace tiempo que mi padre no está, pero yo le sigo amando. No les hago caso a losque dicen que la gente como él eran unos tontos y unos ciegos por creer a Stalin. Porque temían a Stalin. Porque creían en las ideas de Leni. Porque pensaban como los demás. Créeme, eran buena gente, eran gente honrada, no creían en Stalin o en Lenin, sino en las ideas comunistas. En un sociaismo con rostro humano, así lo formularon luego. En la felicidad para todos. Para cada uno de nosotros. Eran soñadores, idealistas, pero no eran ciegos. Nunca estaré de acuerdo. ¡Por nada del mundo! A mitad de la guerra ya disponíamos de buenos carros de combate y de aviones, contábamos con un buen armamento, no obstante, sin la fe jamás hubiéramos vencido a un enemigo tan terrible como el ejército de Hitler, un enemigo poderoso, disciplinado, que había conquistado toda Europa. No hubiéramos podido romperle la espina dorsal. Nuestra principal arma fue la fe, no el miedo, le doy mi palabra de comunista (en la guerra me afilié al partido, hoy sigo siendo comunista). No me averguenzo de mi carnet de partido y no lo rechazo. Desde 1941 mi fe no ha cambiado...

Tamara Lukiánovna Tórop,

soldado, ingeniera



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