Ríos y Provincias - Romina Reyes
¿Cuál es el precio de nuestra amistad?
no lo tiene, por supuesto.
no lo tiene, es un tesoro.
Mi mente es una casa en la que vives
Un lugar donde no te toca el tiempo ni la miseria
A veces le hablaba a alguien sobre ti.
Una amiga, mi mejor amiga, un viejo amor.
Tú volviste a Santiago, y yo viajé más al norte, conocí Tacna, Arequipa y el Cuzco.
Seguimos escribiéndonos esos años, pero cada vez con menos frecuencia. Supongo que hay momentos en que la realidad requiere mucho de ti y, al final, eras un pensamiento que me gustaba tener. Un asunto pendiente. Una historia que me ponía tremendamente triste.
Y volví a Santiago, la ciudad de mi vida.
Te lo conté en una carta. No sabía cómo te lo tomarías. Me respondiste muy feliz. Me decías que estabas ocupada con tu tesis, pero que acordáramos una fecha. Me preguntaba cómo sería tu cara ahora, porque no la veía desde que eras niña. ¿Serías divertida como entonces, osada? A veces te creía un fantasma. Yo ya sabía lo que sentía por ti, y aun así trataba de hacerme la estúpida. Supongo que siempre quise volver a ese momento previo, cuando podía fantasear infinitamente.
Te esperé por horas.
Pero tú no lo sabes, o lo sabes y no te importa. Y a estas alturas es solo un dato que no arregla ni arruina nada que no esté arreglado o arruinado ya.
Aún así me gustaría saberlo.
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La disco se llama Las Catacumbas y queda en el centro. Se ubican en una mesa cerca de la pista y Jacqueline acepta tomar una piscola. Se emborracha. Las mejillas se le ponen rosadas e Igor le sonríe. La agarra de la mano y la lleva a bailar. Se mezclan entre la gente. Él mueve los brazos hacia adelante y ella lo sigue. Piensa que le gusta su cara, esa nariz redonda. El tono de su piel. Él la toma de la cintura y ella lo abraza.
- Nunca sé dónde vas a aparecer - le dice al oído
- No puede ser tan difícil - responde. Le mira los labios y le da un beso.
Algo en su interior se calma. Piensa que existe un momento después de Igor, y es este. Una respuesta a todas las preguntas. Se emociona en exceso.
Acaricia la parte en que acaba su pelo. Él le muerde la mano. ¿Vámonos?, le propone. Acepta. No pregunta dónde ni cómo. Salen a la calle y Jacqueline trata de adivinar la hora mirando el cielo: azul oscuro. Él ingresa por un portón de una casa verde y golpea la ventanilla. Pasa su carnet de identidad y paga. Lo mira por el espejo del ascensor. Apoya su cabeza y su imagen se dobla, él la toca con la frente.
El cielo de azul oscuro cambia a azul claro y amanece. Igor se sienta en la alfombra y le abraza las piernas. Ella le pasa un dedo por el pelo, la nariz y la boca.
El cielo ahora es blanco. La luz hace que todo se vea frío y extrañamente limpio. Jacqueline se sienta en la cama y él junto a ella, a su lado. Le toma la cara y le da un beso.
Los botones de su blusa están desabrochados y también su falda. Sobre la cama se tocan con ansiedad. Los pelitos de la barba apenas asomados le irritan la cara. La muerde, le jala el pelo y no dice nada. Le jala el pelo y le cubre la boca con su mano. Jacqueline saca la lengua. Su cuerpo está inerte, cuelga de él y de sus brazos, respira de arriba a abajo. Pero ella no piensa ni en sus pechos ni en su estómago. Le corre el pelo y Jacqueline le dice que nunca le ha visto esa expresión. Él le toca los labios con los dedos y Jacqueline lo sostiene.
Se quedan dormidos bajo una sábana. Sienten calor, pero todavía es julio. Despiertan apenas y vuelven a tocarse. Igor le presiona los pechos y ella lo siente crecer sobre sus muslos. Abre las piernas y lo deja entrar. Hacen el amor o algo parecido. Su cabeza se golpea con el velador y cae un cenicero. Todo empieza a oler cenizas y a ellos, que son algo nuevo.
Esto ya sucedió, volverá a pasar y se repetirá.
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