Volverse Palestina - Lina Meruane
Tenemos que ir, le dijo, como si fuera ella la palestina. Después de tantos años juntos así había llegado a sentirse, parte de ese clan rumoroso. Pero mi padre se dio la vuelta y caminó en dirección opuesta. No iba a someterse al interrogatorio de la frontera israelí o a sus frecuentes puestos de control. No iba a exponerse a ser tratado con sospecha. A ser llamado extranjero en una tierra que considera suya, porque ahí sigue, todavía invicta, la casa de su padre; ahí, del otro lado, se encuentra esa herencia de la que nadie nunca hizo posesión efectiva. Quizás le espante la posibilidad de llegar a esa casa sin tener la llave, tocar la puerta de ese hogar vaciado de lo propio y lleno de desconocidos. Espantar- le, pienso, recorrer las calles que pudieron ser, si sólo las cosas hubieran sido de otro modo, su patio de juegos. El martirio de encontrar en el horizonte antes despejado de esas callejuelas las pareadas viviendas de los colonos. Los asentamientos y sus cámaras de vigilancia. Los militares enfundados en sus botas milicas y sus trajes verdes, sus largos rifles. Los alambres de púa y los escombros. Troncos de añosos olivos rebanados a ras de suelo o convertidos en muñones.
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Hijo y nieto de desplazados, Hamza se entusiasma con ese regreso, el mío, porque regresar es lo que se le ha negado a su familia desde la Intifada de 1987. Él no había nacido todavía para el primer levantamiento pero ya carga con la herencia de un exilio; sueña, me dice, no puede evitarlo, con esa Palestina tan ajena y tan propia. Quiero preguntarle a qué Palestina se refiere, a qué trocito de esa tierra fracturada. Decido no hacerlo. ¿Qué hay ahí, en Yalo o Yalu?, le pregunto en vez, sin saber qué otra cosa preguntar. Nada, dice, no hay nada más que biografías truncas y muros de piedra rebanados a ras de suelo. Sobre lo que fue su casa y la de tantos vecinos hay ahora un parque nacional. Un parque, dice, es decir, una zona protegida bajo una premisa ecológica donde esos palesti- nos, aun si pudieran regresar, no podrían volver a construir. Un parque donde la historia quedó tapizada de árboles. Todavía se pueden encontrar ahí las huellas del desalojo, los cimientos de esas casas arrancadas de cuajo. Porque los olivos, dice Hamza, continúan creciendo donde quedaron, siguen cargando las ramas de aceitunas aunque no haya quien las coseche.
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Dejo el número sobre mi mesa un par de días o tres, indecisa. Se va cumpliendo un plazo que no me deja alternativa. Me obligo a marcar y a preguntar por Maryam. Hola, digo, ¿Maryam? Maryam, oigo como eco del otro lado, y luego una larga frase en árabe que podría ser una pregunta o un cántico mortuorio. Hola, repito, hello, repito, ¿english?, y trato de decir marjaba pero se me enreda la lengua. Repito: Maryam. Quien atiende debe ser la otra hermana, la que no estuvo nunca fuera de Beit Jala, la que no habla más que árabe pero que me lanza algunos pedazos de inglés y me da a entender, o yo interpreto, que Maryam fue a ver a un pariente enfermo y que volverá a alguna hora, o al día siguiente. Hay un silencio seguido de un lento who are you, y yo trato de explicarle quien creo ser. Hay entonces un momento de agitación al otro lado de la línea, la agitación de una lengua que intenta traducir lo que le digo y que bajo presión por contestar algo empieza a gritar la única palabra que tiene a mano. ¡Aaaaaa! ¡Family!, dice, entre grandes aspavientos, ¡family!, ¡family!, y yo sin saber qué más decir, le contesto, yes, yes, y empiezo a reírme porque hay estruendo y hay exageración y hay confusión en esa palabra, y hay también un vacío enorme de años y de mar y de pobreza, pero a cada family que ella grita más me río yo, diciendo yes, family, yes, como si hubiera olvidado todas las demás palabras y sus significados. Y en ese tiroteo telefónico no sé si llego a decirle o si ella habrá entendido que estoy por viajar o por volver y que me gustaría ir a visitarlas.
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Espero que Zima termine la lavada para preguntar qué serían mis abuelos. Zima se queda un momento pensando. Dentro de este contexto..., carraspea, empezando a secar, esos palestinos... no sé si cuentan. No sé si existen... Ya pasó un siglo, me dice, dubitativa, ¡pero debe haber alguna categoría! A lo mejor califican como refugiados a secas. No, Zima, le digo, contrariada por esta definición. Eso sería trivializar una condición completamente adversa, unas vidas desplazadas y obliga- das a no renunciar nunca. Es cierto, dice Zima, pero importa no olvidar que la palestina es la comunidad de refugiados más grande del mundo. Importa no porque todos lo pasen mal, sino porque han sido desplazados por circunstancias históricas. Lo que importa es no perder la posibilidad del regreso. Que decidieras quedarte, por ejemplo. Y se arregla una mecha crespa de- trás de la oreja, Zima, y yo me arreglo la mía como frente a un espejo. Me imagino diciendo las mismas palabras si me hubiera tocado nacer en esta esquina violentada del mundo. Porque mi vida pudo ser esta. Con o sin pañuelo. Con o sin hijos. Con o sin tierras, o armas.
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Volverse
Zima le canta a sus hijos cada noche para dormirlos. Es un murmullo encantador del que ellos no pueden prescindir. Qué es lo que les cantas, pregunto, tarareando suavemente su melodía. Versículos del Corán, contesta Zima, para que se relajen y se duerman, aunque a veces la que se duerme soy yo. A las diez de la noche lo que hay en esta casa es silencio. Ankar, que sufre de insomnio, aparece sigiloso detrás de la puerta y me invita con un gesto a tomar una copa. A dar una vuelta de despedida por la noche para terminar este viaje como empezó. En la oscuridad. En el puerto desolado. Repasando todas las contradicciones. Ankar ha decidido quedarse para no perderla, dice, porque ella no podría vivir en ningún otro lugar. Brindamos, Ankar y yo, oprimidos por la soledad de ese bar de domingo. Digo: no sé si he vuelto. No sé si nunca pueda. Ankar levanta la copa, me mira con ojos que arrullan, y como si tarareara él un versículo indescifrable pero propio, dice, muy despacio, no digas que no vuelves, Meruane, que sí que vuelves. Vuelves pronto.
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