Piñen - Daniela Catrileo

 ¿Han visto cómo brota la maleza de la tierra seca?

Algunos dicen que pescó su mochila rumbo a Concepción, corriendo hasta perderse en el terminal. Las amigas que se quedaron lloraban su partida, rayando su nombre en las murallas de cada block. Escribir su nombre era justamente marcar su leyenda: ellas sabían que no sólo era pena, sino justicia. 


Algunos intentaron hacer minutos de silencio, pero finalmente a todos les daba miedo la quietud. A pesar del hacinamiento, la falta de ruido amenazaba el territorio desde lo profundo de nuestras soledades. De eso se trataba esta mala broma de la colectividad presionada por la aglomeración. La comunidad era otra cosa. Por eso hablábamos gritando de escalera a escalera. 


Todo ardía esa noche y las noches anteriores a esa. Porque si algo habíamos aprendido en ese rincón de pecadores, era a inmolarnos. Desde las uñas hasta los pelos que se chamuscan. La población entera era un gran fogón. Estábamos dispuestos a remecernos del mal del olvido, al sacrificio en ofrenda de la memoria.


Nadie me había contado muy bien cómo era amar a otro hombre o a otra mujer. Pero eso también se notaba en las palabras que no se dicen o en el gesto contorsionista de las viejas de la esquina. Una cuando chica tenía que descubrirlo todo sola. De pura pilla y copuchenta terminaba entendiendo las cosas. No sé cual era el gusto de escondernos la verdad. A veces pienso que es porque las personas que nos cuidaron también eran niños y niñas. Sólo que un día ya eran grandes. Nunca supieron cómo pasaron tantos años. Nunca supieron en qué lenguaje seguir hablándonos. 


Pornomiseria

Imagina que estás en ese lugar. Imagina que a nadie le importa. Imagina que para que importe te dicen que podría ser tu familia. Una articulación de roles. Mercancías estigmatizadas, una forma del dolor. Imagina que otros dicen que no es nada. Finalmente es sólo un pene que entra. Ahora puedes dejar de imaginar. No hay cuerpos, porque ni siquiera nos pertenecen.


Warriache

Debe creer que estoy un poco ebria, pero sólo estoy triste y la gente suele confundir una y otra cosa. De todas formas, lo que él crea no es algo que me importe demasiado. Justamente ese es el problema. En estos momentos nada me importa lo suficiente. O como dice Sara Hebe: "no me importa nada por un lado y por otro me importa todo. Por eso lloro".

Empezamos a desempolvar uno a uno los libros. Ambas nos devorábamos todo lo que se podía leer. Quizás esa fue también nuestra relación de amor, de sabernos sumergidas en la lengua de otros, en esa eterna traducción que era la lectura. En nuestra ingenuidad, sólo pensábamos que era una caja vieja. lo que, de alguna forma, ya nos alucinaba. Pero era mucho más que eso. Era otro viaje a la memoria. En ese instante supimos que el abuelo de Yajaira era el dueño, o más bien, había sifo el dueño de esos objetos. Descubrimos que la fortuna era una caja que había sobrevivido la dictadura. En ela encontramos libros de filosofía, historia, política y cartas de personas que ya no existen. Prendedores, cigarreras. Nos enteramos de pronto que el abuelito mapuche de Yajaira también era un muerto de esa historia que nos querían esconder: Juan Manque, mapuche y militante comunista.

Me gustaba bailar en trance por horas con los ojos cerrados. De pronto abría lentamente los párpados y las luces, y el tul y el encaje se fusionaban. Me tomaba algunas pastillas, los tonos bajaban, la música se volvía más lenta y los movimietos de toda la gente parecían languidecer. Sentía como mi cuerpo caía mansamente en la ensoñación. Durante esas salidas me emborrachaba un poco en las cercanías de la disco antes de entrar. Cambiaba las pastillas por algo de alcohol y cigarros.

Sentía que toda mi vida se trataba de comprobar, una y otra vez, mi existencia en este pedazo de tierra. Me sentía sucia, inundada bajo capas de piñen. Sentía que que todo lo que hacía se veía manchado por esa mugre que devoraba los intentos de salvarme. Sentía de algún modo que nunca había dejado de ser esa niña que bailaba en la mitad del Teatro Carrera con los ojos cerrados, tratando de olvidar quien era.

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